lunes, 7 de diciembre de 2015

Pentagramas.

    Cuando era pequeño siempre me colaba en casa de la vecina en busca de su viejo piano.
    Me sentaba frente a él y respiraba hondo. Luego, abría la tapa. Acercaba un poco más el taburete y posaba mis pequeños dedos sobre sus teclas, al presionarlas, empezaban a salir de ellas sonidos improvisados que acababan creando melodías sin ningún patrón ni razón de ser; melodías sin sentido. 
    Supongo, que era la manera con la que conseguía expresar lo que sentía con total claridad. 
Puede que para los demás fuese simple ruido, pero para mí eran pentagramas repletos de notas y cada nota era un pensamiento a cada cual más delirante. Locura, lo llaman. Desesperación, lo llamo.

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